Mike  Davis * 
  
Mike Davis, cuyo libro "El  monstruo llama a nuestra puerta" (trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo  Topo, Barcelona, 2006) alertó lúcida y brillantemente del peligro de una gripe  aviar pandémica de alcance mundial, explica ahora cómo la gran industria  pecuaria globalizada ha sentado las bases para un más que preocupante brote de  gripe porcina en México. (Sin Permiso)
 
 
The Guardian 27-4-09   
http://www.guardian.co.uk/ 
Sin Permiso,  28-4-09 
www.sinpermiso.info 
Traducción de Marta Domènech  y María Julia Bertomeu
La gripe porcina mexicana, una quimera genética probablemente concebida  en el cieno fecal de una gorrinera industrial, amenaza subitáneamente con una  fiebre al mundo entero. Los brotes en la América del Norte revelan una infección  que está viajando ya a mayor velocidad de la que viajó con la última cepa  pandémica oficial, la gripe de Hong Kong en 1968.
 
Robándole protagonismo a nuestro último asesino oficial,  el virus H5N1, este virus porcino representa una amenaza de ignota magnitud.  Parece menos letal que el SARS [Síndrome Respiratorio Agudo, por sus siglas en  inglés] en 2003, pero, como gripe, podría resultar más duradera que el SARS.  Dado que las domesticadas gripes estacionales de tipo A matan nada menos que a  un millón de personas al año, incluso un modesto incremento de virulencia,  especialmente si va combinada con una elevada incidencia, podría producir una  carnicería equivalente a una guerra importante.
 
Ello es que una de sus primeras víctimas ha sido la  consoladora fe, inveteradamente predicada por la Organización Mundial de Salud  (OMS), en la posibilidad de contener las pandemias con respuestas inmediatas de  las burocracias sanitarias e independientemente de la calidad de la sanidad  pública local. Desde las primeras muertes por H5N1 en 1997, en Hong Kong, la  OMS, con el apoyo de la mayoría de administraciones nacionales de sanidad, ha  promovido una estrategia centrada en la identificación y el aislamiento de una  cepa pandémica en su radio local de brote, seguidos de una masiva administración  de antivirales y –si disponibles— vacunas a la población.
 
Una legión de escépticos ha criticado ese enfoque de  contrainsurgencia viral, señalando que los microbios pueden ahora volar  alrededor del mundo –casi literalmente en el caso de la gripe aviar— mucho más  rápidamente de lo que la OMS o los funcionarios locales puedan llegar a  reaccionar al brote original. Esos expertos han observado también el carácter  primitivo, y a menudo inexistente, de la vigilancia de la interfaz entre las  enfermedades humanas y las animales. Pero el mito de una intervención audaz,  preventiva (y barata) contra la gripe aviar ha resultado valiosísimo para la  causa de los países ricos que, como los EEUU y el Reino Unido, prefieren  invertir en sus propias líneas Maginot biológicas, antes que incrementar  drásticamente la ayuda a los frentes epidémicos avanzados de ultramar. Tampoco  ha tenido precio este mito para las grandes transnacionales farmacéuticas,  enfrentadas en una guerra sin cuartel con las exigencias de los países en vía de  desarrollo empeñados en exigir la producción pública de antivíricos genéricos  clave como el Tamiflu patentado por Roche. 
 
La versión de la OMS y de los centros de control de  enfermedades, de acuerdo con a cual ya se está preparado para una pandemia, sin  mayor necesidad de nuevas inversiones masivas en vigilancia, infraestructura  científica y regulatoria, salud pública básica y acceso global a fármacos  vitales, será ahora decisivamente puesta a prueba por la gripe porcina, y tal  vez averigüemos que pertenece a la misma categoría de gestión "ponzificada" del  riesgo que los títulos y obligaciones de Madoff. No es tan difícil que falle el  sistema de alertas, habida cuenta de que, sencillamente, no existe. Ni siquiera  en la América del Norte y en la Unión Europea.
 
Tal vez no sea sorprendente que México carezca tanto de  capacidad como de voluntad política para gestionar enfermedades avícolas y  ganaderas, pero ocurre que la situación apenas es mejor al norte de la frontera,  en donde la vigilancia se deshace en un desdichado mosaico de jurisdicciones  estatales y las grandes empresas pecuarias se enfrentan a las regulaciones  sanitarias con el mismo desprecio con que suelen tratar a los trabajadores y a  los animales. Análogamente, una década entera de advertencias de los científicos  fracasó en punto a garantizar transferencias de sofisticada tecnología viral  experimental a los países situados en las rutas pandémicas más probables. México  cuenta con expertos sanitarios de reputación mundial, pero tiene que enviar las  muestras a un laboratorio de Winnipeg para descifrar el genoma de la cepa. Así  se ha perdido toda una semana.
 
Pero nadie menos alerta que las autoridades de control de  enfermedades en Atlanta. De acuerdo con el Washington Post, el CDC [siglas en  inglés del Centro de Control de Enfermedades, radicado en Atlanta; T.] no se  percató del brote hasta seis días después de que México hubiera empezado a  imponer medidas de urgencia. No hay excusa que valga. Lo paradójico de esta  gripe porcina es que, aun si totalmente inesperada, había sido ya pronosticada  con gran precisión. Hace seis años, la revista Science consagró un artículo  importante a poner en evidencia que, "tras años de estabilidad, el virus de la  gripe porcina de la América del Norte ha dado un salto evolutivo  vertiginoso".
 
Desde su identificación durante la Gran Depresión, el  virus H1N1 de la gripe porcina sólo había experimentado una ligera deriva desde  su genoma original. Luego, en 1998, una cepa muy patógena comenzó a diezmar  puercas en una granja de Carolina del Norte, y empezaron a surgir nuevas y más  virulentas versiones año tras año, incluida una variante del H1N1 que contenía  los genes internos del H3N2 (causante de la otra gripe de tipo A que se contagia  entre humanos). 
 
Los investigadores entrevistados por Science se mostraban  preocupados por la posibilidad de que uno de esos híbridos pudiera llegar a  convertirse en un virus de gripe humana –se cree que las pandemias de 1957 y de  1968 fueron causadas por una mezcla de genes aviares y humanos fraguada en el  interior de organismos porcinos—, y urgían a la creación de un sistema oficial  de vigilancia para la gripe porcina: admonición, huelga decirlo, a la que prestó  oídos sordos un Washington dispuesto entonces a tirar miles de millones de  dólares por el sumidero de las fantasías bioterroristas.  
 
¿Qué provocó tal aceleración en la evolución de la gripe  porcina? Hace mucho que los virólogos están convencidos de que el sistema de  agricultura intensiva de la China meridional es el principal vector de la  mutación gripal: tanto de la "deriva" estacional como del episódico  "intercambio" genómico. Pero la industrialización granempresarial de la  producción pecuaria ha roto el monopolio natural de China en la evolución de la  gripe. El sector pecuario se ha visto transformado  en estas últimas  décadas en algo que se parece más a la industria petroquímica que a la feliz  granja familiar que pintan los libros de texto en la escuela. 
 
En 1965, por ejemplo, había en los EEUU 53 millones de  cerdos repartidos entre más de un millón de granjas; hoy, 65 millones de cerdos  se concentran en 65.000 instalaciones. Eso ha significado pasar de las  anticuadas pocilgas a ciclópeos infiernos fecales en los que, entre estiércol y  bajo un calor sofocante, prestos a intercambiar agentes patógenos a la velocidad  del rayo, se hacinan decenas de millares de animales con más que debilitados  sistemas inmunitarios.
 
  
El año pasado, una comisión convocada por el Pew Research  Center publicó un informe sobre la "producción animal en granjas industriales",  en donde se destacaba el agudo peligro de que "la continua circulación de virus  (…) característica de enormes piaras, rebaños o hatos incremente las  oportunidades de aparición de nuevos virus por episodios de mutación o de  recombinación que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre  humanos". La comisión alertó también de que el promiscuo uso de antibióticos en  las factorías porcinas –más barato que en ambientes humanos— estaba propiciando  el auge de infecciones estafílocóquicas resistentes, mientras que los vertidos  residuales generaban brotes de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoo que  mató a mil millones de peces en los estuarios de Carolina y contagió a docenas  de pescadores).
 
Cualquier mejora en la ecología de este nuevo agente  patógeno tendría que enfrentarse con el monstruoso poder de los grandes  conglomerados empresariales avícolas y ganaderos, como Smithfield Farms (porcino  y vacuno) y Tyson (pollos). La comisión habló de una obstrucción sistemática de  sus investigaciones por parte de las grandes empresas, incluidas unas nada  recatadas amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que  cooperaran con la comisión. 
 
Se trata de una industria muy globalizada y con  influencias políticas. Así como el gigante avícola Charoen Pokphand, radicado en  Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre su papel en la  propagación de la gripe aviar en el sureste asiático, es lo más probable que la  epidemiología forense del brote de gripe porcina se dé de bruces contra la  pétrea muralla de la industria del cerdo. 
 
Eso no quiere decir que no vaya a encontrarse nunca una  acusadora pistola humeante: ya corre el rumor en la prensa mexicana de un  epicentro de la gripe situado en torno a una gigantesca filial de Smithfield en  el estado de Veracruz. Pero lo más importante –sobre todo por la persistente  amenaza del virus H5N1— es el bosque, no los árboles: la fracasada estrategia  antipandémica de la OMS, el progresivo deterioro de la salud pública mundial, la  mordaza aplicada por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos  vitales y la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria  industrializada y ecológicamente desquiciada.
 
 
 * Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.  Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe  aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones  El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina  Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro,  Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la  era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat  de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of  Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda's Wagon: A  Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó  en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).